Hace cosa de un mes me desperté en mitad de la noche acordándome de retazos de un episodio que estaba enterrado en la noche de mis tiempos. Con la ayuda de un amigo de ahora y de la infancia, he podido reconstruirlo.
Siendo adolescente formé parte de un grupo de scouts (ya saben: excursiones, trabajo de equipo, campamentos, alguna misa y expiaciones colectivas, etc.). Supongo que nos financiábamos con cuotas, aportaciones voluntarias, y algo pondría el colegio, imagino. El hecho es que el padre de uno de mis compañeros llegó a concejal del ayuntamiento, y gracias a él accedimos un año a un modo original e instructivo de recaudar fondos: envasar raticida.
Resulta que el ayuntamiento reparte todos los años entre los vecinos raticida, en aquel entonces en bolsas individuales, para luchar contra estos bichos. Alguien, por tanto, tenía que meter los polvos en sus bolsas, y ahí estábamos nosotros, un grupo de jóvenes aguerridos y con entusiasmo.
Y nos pusimos manos a la obra.
Como no teníamos local ni instrumentación, nos dejaron trabajar en un almacen de una conocida casa de frutos secos, e incluso nos dejaron la maquinaria (supongo que los sábados no trabajaban): si una máquina servía para envasar avellanas, ¿por qué no raticida? La operación era muy sencilla: echabas el veneno en polvo por una tolva (recuerdo el polvo de la habitación, por el que se filtraba los rayos de sol), que salía por dos orificios, en el extremo de los cuales había un estudiante que colocaba una bolsita de plástico; una vez rellena, se cerraba quemándola con otra maquinita. Aún puedo oler la mezcla de plástico y veneno quemado.El veneno que caía a nuestros pies (una buena cantidad, ya que no teníamos experiencia alguna) volvía a ser echado en la tolva.
¿Qué pensarían nuestros padres al vernos llegar a casa cubiertos de polvo blanco? Nada malo, imagino, con los scouts estábamos a salvo.
Parte del dinero lo donamos al asilo de las hermanitas de los pobres, y parte lo dedicamos a algún campamento de verano, creo.
Fin de la historia.
Y ya que estamos: los jesuítas de Alemania han pedido perdón por cdecenas de abusos sexuales en sus colegios, la mayor parte en los años 70 y 80 (¡justo cuando estudié yo!). ¿Cuándo le llegará el turno a los españoles?
Siendo adolescente formé parte de un grupo de scouts (ya saben: excursiones, trabajo de equipo, campamentos, alguna misa y expiaciones colectivas, etc.). Supongo que nos financiábamos con cuotas, aportaciones voluntarias, y algo pondría el colegio, imagino. El hecho es que el padre de uno de mis compañeros llegó a concejal del ayuntamiento, y gracias a él accedimos un año a un modo original e instructivo de recaudar fondos: envasar raticida.
Resulta que el ayuntamiento reparte todos los años entre los vecinos raticida, en aquel entonces en bolsas individuales, para luchar contra estos bichos. Alguien, por tanto, tenía que meter los polvos en sus bolsas, y ahí estábamos nosotros, un grupo de jóvenes aguerridos y con entusiasmo.
Y nos pusimos manos a la obra.
Como no teníamos local ni instrumentación, nos dejaron trabajar en un almacen de una conocida casa de frutos secos, e incluso nos dejaron la maquinaria (supongo que los sábados no trabajaban): si una máquina servía para envasar avellanas, ¿por qué no raticida? La operación era muy sencilla: echabas el veneno en polvo por una tolva (recuerdo el polvo de la habitación, por el que se filtraba los rayos de sol), que salía por dos orificios, en el extremo de los cuales había un estudiante que colocaba una bolsita de plástico; una vez rellena, se cerraba quemándola con otra maquinita. Aún puedo oler la mezcla de plástico y veneno quemado.El veneno que caía a nuestros pies (una buena cantidad, ya que no teníamos experiencia alguna) volvía a ser echado en la tolva.
¿Qué pensarían nuestros padres al vernos llegar a casa cubiertos de polvo blanco? Nada malo, imagino, con los scouts estábamos a salvo.
Parte del dinero lo donamos al asilo de las hermanitas de los pobres, y parte lo dedicamos a algún campamento de verano, creo.
Fin de la historia.
Y ya que estamos: los jesuítas de Alemania han pedido perdón por cdecenas de abusos sexuales en sus colegios, la mayor parte en los años 70 y 80 (¡justo cuando estudié yo!). ¿Cuándo le llegará el turno a los españoles?