Ha vuelto a suceder: sábado por la mañana, el centro lleno de turistas. Acudo a la catedral con dos sevillanos que están de paso, con ganas de admirar las vidrieras, pero un joven trajeado (sin ningún distintivo) nos impide el paso. ¿Motivo?: una boda. Nos informa de que estará abierta para el público general de dos a ocho.
Mis amigos se quedaron sin verla por dentro.
Hasta hace muy poco tiempo, los visitantes y las bodas convivían en la catedral sin ningún problema. Desde que empezaron a cobrar por entrar, las cosas cambiaron.
Pienso en los peregrinos a Santiago, que pasan por allí una sola vez y que se encuentran con esta privatización de un espacio que, por mucho que figure a nombre de la iglesia, pertenece al pueblo... Un expolio más.
¡Quiten sus sucias manos de la Catedral!
Al menos pudimos disfrutar, previo pago de cinco euros, de la maravilla del Panteón Real en San Isidoro, muy bien explicada por una guía que nos llevaba a la carrera ya que a las visitas que siempre hubo (y en las que te dejaban un rato para disfrutar de las piezas) ha habido que añadir la presentación del Santo Grial; en una sala semioscura, la guía te cuenta la historieta de que el cáliz de Doña Urraca (de ágata y recubierto de piedras preciosas) es en realidad -según la historiadora Margarita Torres- la copa de la que bebió Jesús (y Franco, cabe recordar). Vistas las caras de una buena parte de los concurrentes, tendrán que esforzarse en inventarse una historia mejor.