La semana pasada, a la puerta de un conocido bar del centro de León (Manolo
Blas, donde se comen unas patatas y mejillones riquísimos), un joven aborda a
mi madre cuando iba a entrar al mismo para preguntarla si puede comprar por él
media ración de patatas, ya que ha intentado hacerlo y no se la han querido
vender. Mi madre, asombrada, pregunta en el bar y le dicen que efectivamente se
han negado porque no quieren vender nada a gente “como esa”, porque si lo hacen
“vendrían más”, se lo comen fuera (fuera, dijo; ni siquiera se les pasa por la
cabeza que lo hagan dentro) y molestan a los clientes y a los niños que están
por allí.
La invisibilidad de la pobreza, la imbecilidad de la
burguesía.
Editado: hay una segunda parte de esta entrada aquí.
Nos hemos acostumbrado a la multisegregación selectiva.
ResponderEliminarVergüenza sí, pero de ellos.
ResponderEliminarNo es que fuera mucho por ahí pero es que yo también soy pobre :(
ResponderEliminarAbrazote utópico, Irma.-
¡Qué asco! Encima, el del bar llevará razón (que es lo peor). Hay clientes que se siente molestados por la presencia de "esa gente" ¡que también son clientes! Y habrá tantas otras cosas de las que no somos conscientes.
ResponderEliminarPues yo estoy totalmente a favor de la discriminación, no precisamente hacia los pobres, pero sí hacia la gente con falta de gusto, de higiene, de escolaridad y de educación. Que, por lo general, suelen ser pobres. Basta con ver cómo visten, con escuchar cómo hablan y la "música" que les deleita, o con percibir a lo que huelen para concluir que tal vez sean humano, mas no totalmente desarrollados.
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