lunes, 6 de abril de 2015

Flores, manolas, milagros y pestes


Llegó la primavera, un año más, y tras ella, de nuevo, la Semana Santa, que con la resurrección de Cristo ayer podemos dar por finiquitada.

Primavera. Novedades, pocas. Esta vez sí que hubo floración en la Condesa, ya que el ayuntamiento decidió no tocar los ciruelos: en esta ocasión se concentró en muchos otros árboles, con una fiebre inusitada por podar y podar allá donde hubiera una rama. No se detuvieron siquiera cuando todos los expertos (¡incluidos los municipales!) dicen que debe hacerse: con la nascencia de las hojas. 


Ciruelo en flor en el Paseo de la Condesa

Semana Santa. Como novedades, y aparte de la caída de un Cristo encima de una papona (sin daños graves en ambos), señalar que la Muy Ilustre, Real e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro salió el sábado santo (perdón, el Sábado Santo) en Procesión Titular acompañando al Santo Cristo del Desenclavo. Las Damas y Caballeros asistieron revestidos con hábito, medalla y guantes.

Lo de las mayúsculas no es cosa mía.

También podemos apuntar que este año la Cámara de Comercio, seguramente con el fin de dar servicio a sus asociados, editó un manual de estilo para que las Manolas vayan vestidas como es debido; con escotes muy discretos, sin pieles (solo ligero abrigo de paño) y con moño.

Otrosí, este año todo el mundo estaba exultante con la cantidad de turistas que han visitado la ciudad. Y es cierto: bastaba con salir a la calle para ver numerosos visitantes, cámara en ristre, fotografiando rincones leoneses. Es una lástima que el ayuntamiento haya olvidado que los turistas no solo van a ver las procesiones, sino que también pueden ir a disfrutar del paseo del río: durante toda la Semana Santa, tanto visitantes como habitantes hemos tenido que convivir en el paseo de la Condesa con un contenedor (que ya se ha quedado ahí permanentemente) repleto de basura, y con un olor apestoso. 

 Foto del jueves santo. El domingo seguía así. (las vallas no protegen nada; se han quedado ahí almacenadas, tras la poda de los árboles).

Vergüenza debería sentir el responsable de esto. Yo al menos, sin serlo, la sentía cada vez que pasaba por allí.

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